Siempre quise ser apóstol de luz
aunque a veces vagase entre tinieblas.
Buscar la luz en los cristales rotos
es perderse entre latidos sin rostro,
arañar las pestañas del silencio,
hurgar en las razones de los ojos
a sabiendas que la anhelada llama
es doncella robada por las sombras.
Ciegas fueron las luces de mis fugas
-llenas de murciélagos de ausencia-
en las cenitales noches de insomnio.
En ellas no se oían cascabeles
ni las letras abrían sus corolas,
sólo la nostalgia daba cuerda a los relojes.
Negando el soliloquio que mana de las sienes
naufrago tras los ecos de la luz,
esa luz que se atigra en mis costados.
*Andros
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