lunes, 10 de diciembre de 2012

Siempre estás en mí



Cuando supe que te ibas,
huérfano quedó nuestro eterno desafío
aquél que juntos esbozamos de la mano
entre negras pesadumbres
desde los claustros de nuestra catedral de piedra.

Cuando tú te fuiste
se hicieron añicos los cristales
que animaban de color nuestras vidrieras,
y desde entonces
una fría soledad cuelga puñales
sobre el pecho estremecido de dolor
evocándome las huellas de tanto sueño lapidado.

Tal vez no exista tiempo ni lenguaje
para empujar mis alas hacia el vuelo
ni nada posterior a ti para recordar el sabor
de tus últimos latidos.

Sólo sé que ausentes las llamas de tus ojos,
la sonrisa que siempre derramabas
pone sol a mis cantiles
a la espera de un futuro abrazo en las alturas.

Y todo,
porque siempre gravitaste sobre el nido de mis hombros
con blandos aleteos de azules golondrinas
derramando caricias de luz, olor y brisa.

*Andros.

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