martes, 22 de noviembre de 2011

Donde nacen nuestras aguas

Nunca mueren los besos de una madre,
sus caricias bordadas de ternura,
su mirada sin par, su donosura,
sus desvelos cuidando nuestro sueño.

Una madre es como el mar, flor de olas,
de su rostro azulado fiel espejo,
callada y hacendosa en su vivir,
penélope en su celo
por tejer con amor toda su obra.

En su norte descansan para siempre
las espumas del ansia reprimida,
las hieles del agravio
y un enorme repertorio de escollos
que le hacen caer y levantarse.

Siempre atenta, reflejo del afecto,
su voz inconfundible
despierta la conciencia en los vacíos
y al verla sonreir con diligencia,
de su balcón de armiños
trasciende la blancura su cariño.

Qué suerte tuve, suerte de ser hijo
y beber de las fuentes de mi madre.

*Andros

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