lunes, 20 de octubre de 2014

El peso de los mitos



Esclavo de pecados capitales,
agitado en un río sin espejos,
he sentido la voz del abandono
en el cráter vacío de los ecos.

Por eso, inquilino de la niebla,
busqué tus manos entre mis adarves
en el sitio donde crecen los sueños
allá donde las lunas de marfil
cristalizan la piel de sus armiños.

En mi rostro brillaban las estrías
como si un látigo desgavillado
hubiera disparado su calima.

Y tu estabas allí como siempre
sin mirarte, asomada al cielo,
con el labio buscando la otra orilla,
muy feliz, dibujando escalofríos.

Ahora, repasando la memoria
esmaltada de blandos arambeles
nos sacude su aliento el viejo mito:

Somos cantos rodados oscilantes
sobre lechos de arenas movedizas.

*Andros

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