En el rostro que huele la verdad
se atisban espejos de sol y luna,
liturgia del empeño
paseada por los claustros del abatimiento.
Con el ansia que marcan los límites profundos
y los ojos caídos,
los labios empolvados de salitre
son mímesis del miedo
donde se reconocen los orígenes.
Para ser sismógrafo de ilusiones
y tener aliento en los zapatos
es necesario abrir el nido a las palomas,
inventarse de nuevo,
llenarse de luz para escapar de las tinieblas.
Sólo así las acequias de la sangre
latirán con los ciervos del deshielo.
*Andros
No hay comentarios:
Publicar un comentario