lunes, 27 de octubre de 2014

El rostro que huele la verdad


En el rostro que huele la verdad
se atisban espejos de sol y luna,
liturgia del empeño
paseada por los claustros del abatimiento.

Con el ansia que marcan los límites profundos
y los ojos caídos,
los labios empolvados de salitre
son mímesis del miedo
donde se reconocen los orígenes.

Para ser sismógrafo de ilusiones
y tener aliento en los zapatos
es necesario abrir el nido a las palomas,
inventarse de nuevo,
llenarse de luz para escapar de las tinieblas.

Sólo así las acequias de la sangre
latirán con los ciervos del deshielo.

*Andros

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