sábado, 23 de febrero de 2013

El silencio de los álamos



En tiempo de hojas secas
y cielos despojados de su azul,
de los tímidos huecos de las manos
me brotan las ausencias.

Abocado al paisaje del crepúsculo
sólo escucho del álamo que sangra
la voz del desencanto,
versión fosilizada
del limo que reposa en su corteza.

Soy el eco que anudando silencios
despierta la servidumbre del labio,
aparentemente inmóvil
bajo la carpa donde subyacen los asombros.

Pero no sé cuando empieza la mano
a ser llave que abre los desiertos
ni tampoco sé del rostro que abisma
su magia de la grupa de un alcázar.

Con la espalda cargada de granito
y el pecho encofrado de basaltos,
sólo quedan en mi pobre invernadero
las cenizas de un fuego que no arde.

Tan dentro de mí vivo,
que el cielo no me alcanza
a remontar el tiempo que se muere.

*Andros

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