jueves, 2 de febrero de 2012

Acercar la lejanía


 Qué lúcido es el párpado sutil de la ironía
-roja luz que bisela la voz del pensamiento-
cuando esquiva el hielo que florece
en los afilados bordes de la envidia.

La rampa donde tiemblan pulsos de cristal
oculta el brillo secular de sus espejos
mostrando una frígida sonrisa
tras la máscara que envuelve su cilicio.

Pero la vanidad no descansa recreándose en su sombra
y entonces se encienden los iris del deshielo,
se podan las espinas crecientes de las manos
hasta llegar al ensamble de los labios.

Así,
desde la acústica definida por la fuga de este mórbido concierto,
limpias las arrugas de la frente
y rotos los cerrojos del pudor que aupaban arenas movedizas,
un incontenido júbilo arropa la palabra
para mostrar el rosado fervor de su ternura.

Atrás los barrancos insalvables,
desterrada la niebla del campo de batalla,
las aguas, desde su arañado cauce, recobran su inefable serpenteo
al saciar su antigua voluntad de paloma mensajera.

Y devanado ya el hilo que enhebraba el ceño,
el opio emergente del azul deshace ambigüedades
mientras el aliento se hace táctil,
y un armónico elixir de simpatía descorre los dogales del árido silencio.

*Andros

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