lunes, 17 de febrero de 2014

Hijos de una encrucijada

 
Crecimos como lirios en el fango, cautivos del temor,
con el alma ligera de equipaje
y el cuerpo encadenado al hambre y la fatiga.

Nuestros íntimos deseos
vivían ciegos en la opacidad de su destierro
y sus tristes notas, mudas de color,
alimentaban las tardes de lluvia
tras el vuelo fugaz de una cometa.

Si la vida siempre un juego fue,
juguetes de cartón y barro desfilaron ante nuestros ojos
como cebo que se ofrece sugerente
para tapar las vergüenzas del desprecio.

Éramos como olas inquietas de un mar en calma
pues nuestros sencillos devaneos
recorrían descalzos todos los rincones
sólo para vestir los trajes de la nada.

Llevábamos prendida entre alfileres
grandes dosis de amor en la zamarra
y en las manos, en las manos gran rabia contenida
en estigmas de lodo y fuego
como reflejo del agrio poso acumulado.

Nos hurtaron los sueños de la infancia
al cortar de raíz el libre vuelo de las sienes
haciéndonos brotar de la garganta
el canto agrio y monocorde de un paisaje
donde sólo brillaba la obediencia.

Ahora, desde la propia madurez,
apagados los mordaces abejones que trazaron tal calvario,
volvemos a ser un poco como niños
tratando de recomponer el puzzle de añoradas vivencias
que, infaustamente, jamás fueron vividas.

*Andros



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