El tiempo pasa fugaz, como fuego
que hace ascuas los bordes del seco leño.
La suave mano -fuente de caricias-
es ahora violín inanimado
que hasta enmudece el latir de la piedra.
Corre el tiempo y recrea la memoria
-tantas veces larvada entre silencios-
y su lento discurrir es tan torpe,
que se funde en abrazo con el olvido.
Mas aún quedan vestigios de la luz
-volcán inextinguible de pasión-
que brotó del manantial de la palabra.
Y es que aunque el tiempo vuele inexorable,
la piedra, que quiere sellar su huella,
busca su soñada razón de ser
bajo el canto encendido del amor.
*Andros
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