miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tardes de diciembre

   
Tienen fiebre las tardes de diciembre.

Acosadas por el tedio,
acuden al suicidio de los huesos
para lubricar con su colágeno los cristales
donde se miran las uñas del delirio.

Equilibradamente inestable,
atrapado por los nudos del verbo fatigado,
me asalta una espiral de pálidas imágenes
insumisas a la ardiente caricia de los dedos.

¿Por qué la risa blanca no amanece en mis letras invernadas?
¿Por qué se duelen todos mis rincones
oyendo como gritan los latidos de la sangre
sin poder escapar del laberinto
de las sombras que se alargan meciendo la fatiga?

Imposible, no hay respuesta:
Un mutismo pertinaz se llega hasta las sienes
obligando a la conciencia a enterrar su voz
por no encontrar la llave de su vital sabiduría.

*Andros









































































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