lunes, 19 de marzo de 2012

El valor de lo imposible


Traías la mirada colgada a un imposible,
la voz callada, sin respuesta,
calzando tus ausencias a lo largo de las sienes.

Ni el azul del mar, ni su brisa calma
conseguían alejar tu pensamiento
de la impenetrable niebla que envolvía
los muros de hormigón de tu jardín cerrado.

No, ni el mar, ni su brisa,
ni tampoco la cálida ternura de unos besos
podían intuir el destierro de tus vuelos.

Todo tu ser era el reflejo helado de la nieve,
del ciego desencanto,
y tus manos, tus manos eran dos guijarros
incrustados en los amargos huecos de una herida
esmaltada por el añil de la tristeza.

Me pareciste agua que mueve molino
y nunca vuelve
porque mi encendido abrazo fue perdiendo su calor
como se pierden los caprichos
cuando ruedan sus vanos sueños
por las grasientas espumas de una sucia alcantarilla.

Y tus alas, vacías de efusión,
abrieron el crisol de sus helechos
como vientos sin ecos
sin otra voluntad que ocultar sus bambalinas.

Sólo yo y el reposo de las rocas
atestiguan la sal que confunde tu memoria.

*Andros

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