lunes, 2 de abril de 2012

De voces y sarmientos


   
He sentido en las manos de mis padres
el calor que sostiene la ternura
porque siempre cercano a sus umbrales
supieron inculcarme
el latir de los jóvenes sarmientos.

Su recuerdo, reloj de la alegría,
va prendido del brillo de sus iris
y por eso se enciende mi palabra
bajo el capitel de la soledad
con la voz de su sangre.

Soy testigo legal de su evangelio,
-espejo de quimeras y remansos
de pasos ambulantes-
que comparte la paz de su silencio
con el nácar florido de los sueños.

Bajo el cielo estrellado de las lágrimas,
como delfín atrapado entre redes
atadas al vacío,
he vivido el horror de las tormentas
justo al pie donde yacen sus estatuas.

Desde entonces, los vientos de sus alpes
sacuden con furor
el tambor donde duermen los poemas,
como si fuesen duendes
prestos a apuntalar su pensamiento.

Y yo, égloga al hombro
derramo la luz de sus ojos ciegos.

*Andros

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